Otra noche más. Otra cacería más. Hubo una época en la que ésto me gustaba, en la que era un hobby. Ahora es rutina, tedio, comienzo a odiarlo, si no lo odio ya.
Para hacerlo un poco más suave, decidí ir a mi coto favorito. Uno de esos bares de copas, oscuros, con tubos de neón y Leds que aumentan la sensación de oscuridad más que iluminar. Un bar en los que la clientela mimetiza las sombras vistiendo de negro su blanca piel. Un bar con música dura, tintes góticos, siniestro y vampírico. Un bar donde hermosas y esbeltas chicas de piel de mármol te miran hasta dejarte helado con sus labios tan rojos que llegan a doler en tanta oscuridad.
El perfecto coto de caza para lo que iba a hacer. Una pena que no vaya a disfrutarlo.
Me equipé para la caza. Me vestí de negro, como si fuera a un funeral. Adapté mi expresión para asistir a mi propio funeral, viéndolo con risa sarcástica por haber esquivado a la Parca. Me puse también mis lentillas. Nunca salgo de caza sin las lentillas, aún y cuando veo perfectamente. Son indispensables para lo que iba a hacer.
Salí a la calle. Pillé el primer taxi que pasó. Di la dirección al conductor y me encerré en mis propios pensamientos en el asiento trasero. Nunca suelo ir detrás en un taxi, aún yendo solo, pero hoy necesitaba aislarme, necesitaba matar ese sentimiento de culpabilidad que me embargaba en las últimas cacerías.
¿Por qué me sentía así? Era mi voluntad hacerlo, nadie me había obligado, es el destino que he elegido para mí, podria incluso dejarlo. Pero éste destino, una vez te agarra, no te suelta. Sus garras son de acero. De ésas garras que, una vez clavadas en la carne, hacen más daño al retirarlas que dejándolas clavadas.
No. Nunca iba a dejarlo. El fin llegaría cuando la garra me atravesara. El fin requiere mi vida.
Y no se lo iba a poner fácil.
Ni él a mi.